Hoy se
celebra en nuestro país el conocido como Día
de la Paz, aunque en el realidad lo que celebramos es Día Escolar de la No
Violencia y la Paz, ya que la ONU celebra esta jornada el veintiuno de
septiembre desde 1981, si se puede decir que haya algo que celebrar.
En un mundo
en el que más de 51 millones de personas viven desplazadas de sus hogares a
causa de conflictos bélicos y persecución, no podemos pensar que actividades de
sensibilización como recortar siluetas de palomas o soltar al aire globos de
colores (que se realizan en prácticamente todos los centros educativos), puedan
conseguir acercarnos un poco más al fin de todas las formas de violencia
generalizada que afectan a la humanidad. Sin embargo, desde el confort de
nuestro sofá deberíamos de ser conscientes de que podemos hacer algo por acabar
con ella.
España es el
7º exportador de armas más importante del mundo. Metralletas, munición y
tanques son exportados a empresas para las que la guerra es un negocio, o
directamente a gobiernos que someten a su pueblo sin intermediarios. Armas que,
por ejemplo, acaban usándose en Gaza, donde entre julio y agosto de 2014 más de
cuatro mil civiles fueron asesinados, diez mil resultaron heridos y mil
quinientos menores de edad quedaron huérfanos como consecuencia de las
ofensivas israelíes.
Las peores
consecuencias de los conflictos que creamos los adultos las sufren los niños.
Solo en Siria, se estima que más de 5,5 millones de infantes sufren las consecuencias
de una guerra civil que ya dura cinco años y parece no tener fin. Pero no
tenemos que irnos tan lejos para encontrar situaciones similares: en menos de
un año y después de más de cuatro mil muertes, cerca de 1 millón de personas
han tenido que huir de Ucrania por el enfrentamiento de europeístas y
pro-rusos.
La opinión
generalizada apunta que los gobiernos tienen en sus manos acabar con los
conflictos en los que intervienen, pero resulta difícil de imaginar si tenemos
en cuenta que la mayoría de las veces son estos quienes mayores atentados
cometen contra la paz; en la localidad mexicana de Ayotzinapa, cuarenta y tres
estudiantes universitarios siguen en paradero desconocido desde septiembre después
de protagonizar sendas revueltas estudiantiles en defensa de la educación
pública; en más de ochenta países, la homosexualidad está prohibida e incluso
en diez de ellos castigada con la muerte. No mucha mejor suerte corren las
personas transexuales, ya que se estiman más de mil quinientos asesinatos por
transfobia en los últimos seis años en todo el globo, cifra que con seguridad podemos
señalar errónea considerando que la mayoría de países no incluyen expresamente
este tipo de crímenes en su legislación.
Imposible también
olvidarse de la violencia cometida contra el género femenino: la ONU estima que
más del 70% de las mujeres del mundo sufrirán algún tipo de violencia a lo
largo de su vida por el simple hecho de serlo. Cabe recordar que en los últimos
ocho años, en nuestro país la violencia machista se ha cobrado 548 vidas, y
solo en lo que va de 2015 ya son 4 las mujeres muertas a manos de sus parejas
o exparejas.
La paz no
solo está perturbada por conflictos a escala internacional: nuestras
acciones individuales pueden acercarnos un poco a ella o alejarnos mucho de
conseguirla. Cambiar de canal cuando los telediarios nos hablan de muertes y
asesinatos puede ser un ejercicio de irresponsabilidad si no conseguimos
concienciarnos de que nuestra voluntad individual es un requisito indispensable
para alcanzarla. Presionar a nuestros gobernantes, empatizar con el sufrimiento
desde miles de kilómetros de distancia e inculcar buenas prácticas en el trato
con los nuestros definirán el mundo en el que viviremos mañana.