Desde pequeño llevo escuchando eso de “La generación más cualificada de la historia”, algo con lo que estoy muy de acuerdo: manejo (el que más, el que menos) de idiomas, manejo de la informática, titulaciones universitarias, especializaciones, cursillos complementarios… Y aun así a los 30 años en casita; con papá y mamá.
Hace unas semanas contemplaba perplejo a un tertuliano decir en televisión que lo que a él realmente le preocupaban eran los parados de más de 50 años porque “no volverán a encontrar trabajo”. Hasta un “los jóvenes que se jodan” se permitió sentenciar. No seré yo quién le de o le quite la razón, pero si no tenemos en cuenta que la edad media con que los jóvenes españoles volamos del nido supera los 30 años y que hasta entonces nuestros padres y madres, con trabajos precarios, son nuestro único sustento, acabaremos como la pescadilla que se muerde la cola.
Recuerdo que hace no mucho tiempo ser mileurista era el mayor objeto de mofa de las viñetas de los principales periódicos en nuestro país. El término apareció en 2006 para designar a aquellas ratas de biblioteca que después de dedicar los mejores años de su vida a estudiar no conseguían encontrar un trabajo con una remuneración suficiente para dejar de vivir con sus padres o compartir piso con otros de su especie. El joven obrero sin formación, ese que dejó la E.S.O. a mitad para echar 8 horas en el andamio por no menos de 1500 euros (y que por cierto, merece todo mi respeto) se paseaba con su cochazo levantando las envidias de sus antiguos compañeros. Luego la cosa reventó, y lejos de invertir los roles, el ni-ni (un término mucho más actual que el de mileurista) se puso en la piel de estos y comprendió que formación y futuro van de la mano (o en nuestro caso, van a ir).
Mil euros. Quién fuera mileurista.
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