lunes, 20 de enero de 2014

Rajoy y el concepto de ciudadanía

Decía Rajoy en su reciente entrevista a la carta en Antena 3 que la mayoría de los españoles “cumplieron como ciudadanos” tras los recortes llevados a cabo por el gobierno que encabeza. Y no es la primera vez en estos días que escuchamos palabras similares por su parte, ya que tras la paralización de las obras en el barrio burgalés del Gamonal ya agradeció la “paciencia de la ciudadanía”.

El concepto de ciudadanía es sin duda amplio, y hay que remontarse a la antigua Grecia para hacernos una idea de lo que hoy significa. En la Atenas del Siglo V los ciudadanos eran aquellos hijos de padre y madre atenienses con automático poder para votar y poder ser votados como cargos públicos, además de otras obligaciones y características. Lejos de abrazar el término en el contexto de aquel entonces, que entre otras cosas denominaba a una minoría que mandaba sobre una inmensa mayoría, las sociedades lo han ido transformando hasta encontrarnos en la actualidad ante algo mucho más amplio que “el que habita una ciudad”. La RAE hoy en día no atribuye al ciudadano unas características propias idílicas, pero todo el que se haya cuestionado alguna vez porque la vida es como es y no de otra forma seguro que sí.

Rajoy, como máximo exponente hoy de una España más clásica que del Siglo XXI, abraza un concepto de ciudadanía en el que salirse de los márgenes que otros acotan y opinar a destiempo fuera de una urna de metacrilato no tienen sentido. Un concepto que no contempla otra cosa que acatar, obedecer y asumir, la resignación de pensar que en esta vida unos marcan los tiempos  y otros siguen el ritmo.

Precisamente, la ciudadanía debe ser todo lo contrario. Si le preguntamos a cualquier viandante cuál es el problema que ha originado la actual crisis, encontraremos a muchos que señalarán la corrupción; otros hablarán del ladrillo y la especulación del suelo; algunos mencionarán un sinfín de causas diferentes, causas entre las que probablemente nos cueste encontrar la que yo considero la clave de la cuestión: la tradicional falta de control a quienes hemos encargado la gestión de nuestros recursos, y ese control no es ni más ni menos que tarea de la ciudadanía.

Con esto no quiero decir que la culpa de la crisis sea del que ha asumido que la democracia es votar cada cuatro años, pero no podemos negar que este ha sido el gran agravante de la situación. La falta de vías de participación ciudadana en las instituciones de nuestro país es una realidad, pero quizás si hubiéramos defendido que la ciudadanía era algo tremendamente complejo, y a veces incluso agotador, hoy existirían cauces reales para cambiar las cosas al margen de las siglas partidistas. Quizás si no hubiéramos confiado la gestión de nuestras vidas a unos pocos, hoy no hablaríamos de paro, de miseria, de hambre o de injusticias. Tal vez si hubiéramos sido responsables y hubiésemos adoptado el compromiso de aportar lo que pudiéramos en vez de dejar que otros hicieran por nosotros, hoy estas palabras no tendrían sentido.

El concepto de ciudadanía por el que apuesta Rajoy es el de la masa sumisa que calla ante las injusticias, que empeña su vida para que una casta viva a todo trapo y que interioriza eso de que la corrupción forma parte de nuestro ADN. Nosotros, como ciudadanos responsables, teníamos el deber de ser todo lo contrario, pero nos contaron que eso a lo que llaman política era un tema tabú y decidimos no cuestionarlo. Y conste mi total comprensión a todas aquellas personas que vivieron tiempos en los que tomar la palabra y convertir una queja en los cimientos de un sólido cambio se pagaba con la vida. Comprendo que hoy esas personas quieran vivir tranquilas y repudien de todo lo que pueda causar la más mínima división, pero somos muchas las generaciones que hemos nacido en eso que llaman democracia, y nosotros, lo siento, pero no tenemos excusa.


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