viernes, 28 de junio de 2013

Orgullosos

Hoy, 28 de junio, se celebra el día internacional del orgullo LGBT (lésbico, gay, bisexual y transexual) mal conocido como “orgullo gay”. La fecha conmemora los disturbios de Stonewall en 1969, fecha que podríamos señalar como la primera revolución popular en favor de la libertad sexual y de género.

Los asiduos al Stonewall Inn, cansados de las continuas redadas policiales y la represión injustificada, decidieron emprender una lucha que hoy da sus frutos: en Estados Unidos, tras la retirada de la ley de defensa del matrimonio (DOMA), que impedía en el país las uniones entre personas del mismo sexo, abre por fin la puerta al tan ansiado matrimonio igualitario, derecho del que en España disfrutamos desde 2005.

Probablemente de las revueltas de Nueva York escucharíamos hoy lo mismo que escuchamos de las manifestaciones del orgullo LGBT. La fobia a “la pluma” y a los roles atribuidos como norma general a los sexos opuestos sigue vigente en nuestros días, incluso dentro de nuestros semejantes. Sin embargo pecaríamos de ignorantes si negásemos que es a esas “cuatro locas” a quienes hoy tenemos que agradecer que elijamos decir abiertamente nuestra condición sexual o no, porque lo que hoy es una elección antaño era una obligación.

Pasa algo similar con las manifestaciones que se producirán durante estos días en diferentes ciudades de todo el globo (aunque por desgracia no de todos los continentes). Las mismas manifestaciones que en un país como el nuestro una parte de la sociedad califica como “innecesarias” fueron hace tan solo unos meses prohibidas durante 100 años en Rusia o acaban año tras año con agresiones por parte de grupos ultraconservadores en países balcánicos.

De especial mención el citado caso de Rusia, en el que la prohibición de las manifestaciones supuso solo el primer paso de una lista de agresiones a las libertades y los derechos humanos: la DUMA (parlamento ruso) aprobó hace tan solo dos semanas por todos los votos a favor (exceptuando una abstención) una ley que prohíbe a los rusos incluso hablar de la homosexualidad en público o en las redes sociales. Un parlamento entero a favor de reprimir a miles de personas por el simple hecho de sentirse atraídas por los de su mismo sexo. Cabe así entender la pasividad de las autoridades ante los últimos crímenes homófobos en el país, el más grave el de un joven de 23 años torturado hasta la muerte por dos “amigos” tras sincerarse con ellos y hacerles conocedores de su orientación.

Malos tiempos para una materia de controversia, aparcada por muchos gobiernos con el pretexto de no ser un tema “de prioridad”. La realidad es que en muchos países el reconocimiento de derechos que igualen a las personas de diferentes orientaciones sexuales no llega o incluso disminuyen los ya reconocidos. Teniendo en cuenta que las manifestaciones en reclamo de la libertad sexual son prohibidas o reprimidas en un sinfín de países deberíamos como mínimo respetar que en el nuestro se sigan celebrando, al menos como señal de solidaridad.

Orgullosos. No como forma de vida, sino por necesidad, pero orgullosos.



jueves, 6 de junio de 2013

De la red a la realidad

Los españoles tendemos a quejarnos mucho. En muchas ocasiones con razón, si, pero nos quejamos mucho. Nos quejamos en los pasillos de la universidad, nos quejamos en la cola de la pescadería, nos quejamos en el ascensor cuando subimos a un piso lo suficientemente alto como para que la genérica conversación del tiempo que hace no cubra toda la subida...

Con el paso a la tecnología, nos empezamos a quejar en las redes, y vaya que si nos quejamos: en facebook, en twitter, comentando en páginas de noticias... Y ojo, que creo que una sociedad crítica es urgente y tremendamente necesaria, pero también creo que en demasiadas ocasiones nos vamos a lo fácil; nos quejamos para desahogarnos, pero no usamos las herramientas a nuestra disposición para que la queja se transforme en un medio de cambio de lo que nos parece que está mal.

El caso es que el sábado pasado entré a la biblioteca Francisco Villaespesa, y me encontraba con la noticia de que otro año más volvían a reducir el horario a la mínima expresión posible para ahorrarse contratar a suplentes en las vacaciones del personal. Aunque tengo que reconocer que hacía cerca de un año que no iba a estas instalaciones a estudiar, saber que por tercer año consecutivo los estudiantes almerienses iban a ver reducidas a 5 horas al día 5 días a la semana el tiempo que podrían dedicar al estudio en un edificio público destinado a ello me cabreó bastante, sobretodo teniendo en cuenta el discurso anti-recortes de los partidos del actual gobierno andaluz y su compromiso, más de titular que otra cosa, con la educación pública.


Y entonces recordé una conversación con una buena amiga. Un día me contaba que empezó a poner quejas cuando recibía un mal servicio (entiendo que no solo en las administraciones sino en cualquier establecimiento) porque su madre le animó a ello. Lo ilustró en su momento con algo así como "No me calientes la cabeza: pon una reclamación". Tras recordar esto, analicé lo que había hecho; había criticado en twitter que la biblioteca fuese a cerrar las tardes de verano, pero no había hecho nada más.

Acto y seguido me dispuse a poner una reclamación. Me costó un par de viajes debido a que el personal no tenía claro donde se encontraba el libro. Tras una llamada y la amabilidad de las trabajadoras (todo hay que decirlo) subí a la tercera planta y pedí el libro. De nuevo la administrativa no sabía donde se encontraba, pero de nuevo, tras una llamada y unos segundos de espera, me encontraba ante el libro de quejas, sintiendo que había hecho "algo más" que lo que habitualmente hacía.

Y entonces me pregunté, ¿Por qué somos así las personas? ¿Por qué tenemos miedo a lo oficial? ¿A poner nuestro nombre y apellidos a una idea que realmente pensamos? Mi queja era la número 40 de un libro que parecía tener muchos años. ¿Tan pocas personas habían pensado antes en pedir que algo que estaba mal cambiase?


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