lunes, 24 de septiembre de 2012
Porque hace falta. Porque es un derecho recogido por su constitución. Porque no se puede seguir criminalizando la protesta social. Porque es una convocatoria pacífica. Porque si los poderes políticos españoles están en contra, es que debe ser algo que les perjudique, y en consecuencia, algo bueno. Pero sobretodo, porque me da la gana.
Durante los últimos meses (porque esta iniciativa no ha surgido de la nada, sino que lleva meses gestándose, organizándose, difundiéndose y creciendo) hemos asistido a una moda que escuchamos cada vez que hay un atisbo de reivindicación, la moda en que el poder utiliza toda su maquinaria para maniobrar una campaña que desprestigie la protesta social, la aísle y la convierta en el repudio de la ciudadanía. Lo hemos visto con las marchas del SAT (para más información leed, aunque ya deberíais haber hecho, la marcha de la esperanza, un artículo de este menda), lo hemos visto con los mineros, con las manifestaciones sindicales, con los yayoflautas y con cualquier protesta que denunciase la corrupción y mal hacer de quienes dicen ser nuestros representantes. El 25-S no iba a ser para menos, y menos siendo una propuesta tan ambiciosa: manifestación que llegue hasta el congreso de los diputados, lo rodee y permanezca indefinidamente para obligarles a dimitir y abrir un proceso constituyente en el que podamos participar toda la ciudadanía, y no una elección entre una carta magna impuesta y un régimen militar (¿Te suena?). Por supuesto, lo más probable es que nada de esto llegue a suceder, pero, ¿A que sería la hostia? Lo que los ciudadanos llevamos pidiendo años, que se nos escuche, sería posible.
Las imágenes de Cospedal comparando hoy esta iniciativa con el golpe de estado del 23-F han dejado claro que mañana tenemos que estar apoyando a todas las personas valientes que se van a desplazar hasta Madrid para luchar por ellos y por todos. Algunos recibirán hostias. Otros serán detenidos. A una gran cantidad de gente le pedirán identificarse sin motivo alguno como ha pasado en todas las reuniones organizativas de las últimas semanas, probablemente para ser inscritos en ese censo de "criminales" que alardea tener nuestra amiga Cifuentes. Nada les va a parar, ni a ellos ni a los que creemos que una democracia de verdad es posible. La cuestión es si tu estás dispuesto a levantarte contra la represión y no dejarte aplacar por la fuerza. ¿Qué me dices?
viernes, 14 de septiembre de 2012
La marcha de la esperanza
Si
tuviera que definir de alguna forma la marcha protagonizada por el SAT el
pasado jueves 14 en Almería lo haría de dos formas: LA MARCHA DE LA ESPERANZA,
por haberla visto de dentro y haber escuchado a las personas que se han dirigido
a hablar ante las más de 1000 almas concentradas en la plaza de la velas, y LA
MARCHA DEL MIEDO, ya que es lo que debe haber sentido la gente que haya andado
a menos de 6 kilómetros a la redonda de esta acción reivindicativa durante todo
su trayecto.
Quien haya paseado por las calles del centro de Almería y haya notado la absurdamente alarmante presencia policial que se ha vivido en la capital desde las 18:00 horas debe saber que no ha sido un hecho relegado a la capital. Si por algo se ha caracterizado la marcha del Sindicato Andaluz de Trabajadores y un sinfín de asociaciones, colectivos y personas por las que ha sido arropada es por la presencia policial. Para algunos, supongo, habrá sido un alivio saber que criminales de la talla de Sánchez Gordillo o Diego Cañamero, a cuyo lado sanguinarios terroristas o ladrones de guante blanco son auténticos ángeles, venían bien vigilados por los efectivos que nuestra querida subdelegada del gobierno, la abderitana Carmen Crespo, ha brindado a las fuerzas de seguridad de nuestra provincia. Lo que probablemente no hayan pensado esas personas es que esos cuatro efectivos que controlaban el paso por las galerías de oliveros, esos tres coches de agentes que protegían las puertas del Mercadona de la Aveninda de la Estación, esos efectivos que se agolpaban a las puertas del Carrefour del paseo de Almería y casi la decena de furgones que se afanaba en precintar los accesos a la subdelegación de gobierno como si del tesoro de nuestra nación se tratase han sido pagados con mis impuestos, con los de todos los que han secundado la marcha y con los suyos también. Pero claro, el cierre apresurado de bancos y comercios estaba justificado por que venía un Gordillo capaz de arengar a las masas para saquear comercios de la capital (pese a que se sabía que su presencia no iba a ser posible por problemas de salud).
Un buen amigo que regenta una tienda de electrónica en Vícar me contaba que a primeras horas de la mañana una mujer entraba apresuradamente en su negocio aconsejándole que cerrase. “Que vienen” repetía una y otra vez. El chico intentaba razonar con la señora, que esta le explicase por qué razón debía cerrar su tienda; Ella no daba explicación. Lo que esta señora no sabe es que entre las reivindicaciones del SAT están las del “pequeño comercio”. No la culpen: es producto de los medios de comunicación que hambrientos de noticias veraniegas lo mismo han criminalizado protestas sociales que publicado cada media hora información sobre la vida sexual de una concejala de nosequé pueblo.
Los comentarios de la gente que venía en el autobús desde Aguadulce, desplazado por la marcha, no eran mucho más razonables. Es entonces, cuando uno ve como el pueblo llano ha perdido el respeto a quienes se rebelan contra los problemas cotidianos que atañen a la ciudadanía (“el no poder pagar la bombona de butano” decía Cañamero en su improvisado discurso), cuando se da cuenta de que los medios de comunicación no sirven para informar, si no para extender ideas sesgadas y crear prejuicios en la sociedad de cara a evitar un posible cambio de rumbo.
Yo, que he tenido la oportunidad de escuchar a todos los representantes sindicales que han hablado esta tarde (unos sindicalistas que distan mucho de los que estoy acostumbrado a ver por televisión o al cierre de huelgas generales) y luego poder reflexionar con mi propio juicio, me quedo con las palabras de una tal Lola de Córdoba, si no recuerdo mal, que aseguraba “Estamos pidiendo un trabajo. No queremos que nadie nos de nada, ni subvenciones ni rentas. Solo queremos un trabajo, un pedazo de tierra y vivir de nuestro trabajo, de nuestro sudor; Queremos que nos salgan callos en las manos de trabajar.” Si ese no es el sentimiento, la reivindicación de toda la ciudadanía española, de la más conservadora y de la más progresista, de la que anhela otras épocas y de la que mira al futuro, entonces no se en qué país vivo.
Quien haya paseado por las calles del centro de Almería y haya notado la absurdamente alarmante presencia policial que se ha vivido en la capital desde las 18:00 horas debe saber que no ha sido un hecho relegado a la capital. Si por algo se ha caracterizado la marcha del Sindicato Andaluz de Trabajadores y un sinfín de asociaciones, colectivos y personas por las que ha sido arropada es por la presencia policial. Para algunos, supongo, habrá sido un alivio saber que criminales de la talla de Sánchez Gordillo o Diego Cañamero, a cuyo lado sanguinarios terroristas o ladrones de guante blanco son auténticos ángeles, venían bien vigilados por los efectivos que nuestra querida subdelegada del gobierno, la abderitana Carmen Crespo, ha brindado a las fuerzas de seguridad de nuestra provincia. Lo que probablemente no hayan pensado esas personas es que esos cuatro efectivos que controlaban el paso por las galerías de oliveros, esos tres coches de agentes que protegían las puertas del Mercadona de la Aveninda de la Estación, esos efectivos que se agolpaban a las puertas del Carrefour del paseo de Almería y casi la decena de furgones que se afanaba en precintar los accesos a la subdelegación de gobierno como si del tesoro de nuestra nación se tratase han sido pagados con mis impuestos, con los de todos los que han secundado la marcha y con los suyos también. Pero claro, el cierre apresurado de bancos y comercios estaba justificado por que venía un Gordillo capaz de arengar a las masas para saquear comercios de la capital (pese a que se sabía que su presencia no iba a ser posible por problemas de salud).
Un buen amigo que regenta una tienda de electrónica en Vícar me contaba que a primeras horas de la mañana una mujer entraba apresuradamente en su negocio aconsejándole que cerrase. “Que vienen” repetía una y otra vez. El chico intentaba razonar con la señora, que esta le explicase por qué razón debía cerrar su tienda; Ella no daba explicación. Lo que esta señora no sabe es que entre las reivindicaciones del SAT están las del “pequeño comercio”. No la culpen: es producto de los medios de comunicación que hambrientos de noticias veraniegas lo mismo han criminalizado protestas sociales que publicado cada media hora información sobre la vida sexual de una concejala de nosequé pueblo.
Los comentarios de la gente que venía en el autobús desde Aguadulce, desplazado por la marcha, no eran mucho más razonables. Es entonces, cuando uno ve como el pueblo llano ha perdido el respeto a quienes se rebelan contra los problemas cotidianos que atañen a la ciudadanía (“el no poder pagar la bombona de butano” decía Cañamero en su improvisado discurso), cuando se da cuenta de que los medios de comunicación no sirven para informar, si no para extender ideas sesgadas y crear prejuicios en la sociedad de cara a evitar un posible cambio de rumbo.
Yo, que he tenido la oportunidad de escuchar a todos los representantes sindicales que han hablado esta tarde (unos sindicalistas que distan mucho de los que estoy acostumbrado a ver por televisión o al cierre de huelgas generales) y luego poder reflexionar con mi propio juicio, me quedo con las palabras de una tal Lola de Córdoba, si no recuerdo mal, que aseguraba “Estamos pidiendo un trabajo. No queremos que nadie nos de nada, ni subvenciones ni rentas. Solo queremos un trabajo, un pedazo de tierra y vivir de nuestro trabajo, de nuestro sudor; Queremos que nos salgan callos en las manos de trabajar.” Si ese no es el sentimiento, la reivindicación de toda la ciudadanía española, de la más conservadora y de la más progresista, de la que anhela otras épocas y de la que mira al futuro, entonces no se en qué país vivo.
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