jueves, 23 de agosto de 2012

Feria y fiestas, ¿Para quién?

La portada, en honor al monumento más abandonado 

Empezábamos el mes de agosto con una noticia calentita: “Un 30% menos de presupuesto para la feria de este año”. La feria de Almería, una de las pocas oportunidades que tiene la ciudad para mostrarse al resto de España y parte del extranjero, veía así truncada la asignación de esta edición, pero desde la concejalía de cultura se aseguraba que no repercutiría en la calidad de nuestra feria.

Y así, haciendo honor a quién crease esa socorrida muletilla de “La calidad no es cantidad” conocíamos la semana pasada un programa de feria que bien podría haberse recogido, haciendo gala de la austeridad de que presume el ayuntamiento de nuestra ciudad, en una cuartilla tamaño A5. Los niños, los peores parados de este recorte: ni rastro de “mi barrio en feria” (que acercaba la feria a los más pequeños de barrios de la ciudad), ni dianas de gigantes y cabezudos (que cada año eran menos y más escasas), menos fuegos artificiales, menor número de carrozas y pasacalles de ambas cabalgatas y supresión de cualquier atisbo de feria en todo lo que no fuese el propio recinto o el paseo de Almería. Esto se hizo presente en la batalla de flores, en la que la poca participación de elementos (12 carrozas, 2 bandas de música, 2 pasacalles, gigantes y cabezudos) unida a una pésima desorganización dio paso conforme se vislumbraban los ruidosos camiones de limpieza a caritas que plasmaban tristeza en unos casos, extrañez en otros y felicidad por un puñado de flores conseguidas en algunos, aunque estas últimas eran las más difíciles de encontrar. Ni rastro de los grupos de folklore de otros años; quizás han huido a sus países de origen viendo la que se nos avecina.

Nos dimos cuenta entonces de la triste realidad: este año quien quisiera feria tendría que pagársela, y desde luego que no lo iba a tener fácil. En una de las provincias más azotadas por el paro, en la que más del 70% de las familias tiene algún miembro en esta situación, nos encontramos con que cada paso por la feria cuesta este año un poquito más que el anterior. Desde aparcar, llega ya a los 4 euros, hasta desplazarse en autobús, que este año sube (o más bien “es impulsado”) 10 céntimos más (1,25€), por no hablar de los 2,4€ que cuesta cada vaso de hielo con tinto, cerveza y una tapa escasita.

¿La alternativa? Ir a una de las actividades culturales que cada año oferta ayuntamiento. ¿El inconveniente? Que excepto las cabalgatas, la feria de alfarería o las exposiciones de coches y motos, todo lo demás se paga a tocateja. Con este panorama es probable que estemos cada vez más cerca de un modelo de feria que parece gustarle a este consistorio: el de la sevillana, es decir, casetas privadas en su mayoría y en las que no precios desorbitados para que no estén al alcance de cualquiera. Pero no importa. Mientras sigan repartiendo 30.000 abanicos con el sello inconfundible del ayuntamiento de Almería todos nos sentiremos partícipes de ella, aunque no podamos tomarnos ni una triste cervecita.

La degradación de nuestra feria en los últimos años es un sentimiento compartido por una gran mayoría de almerienses, a lo que no ayuda la última idea de nuestros gobernantes: dividir una feria del medio día ya tocada entre el centro y el recinto de noche. Poco a poco hemos ido quitando más y más a nuestra semana grande: se empezó reduciendo y unificando los chiringuitos, se siguió prohibiendo sacar las consumiciones de un recinto acotado, obligándoles a poner la misma música trasnochada y el golpe definitivo fue reducir sus días. El cristal de nuestro escaparate se rompe poco a poco, y los propios almerienses lo expresamos en las redes sociales, haciendo consciente al mundo de nuestro descontento; algunos nos escuchan, pero si los que tienen el poder para cambiar el rumbo no tienen interés, difícilmente servirá para que la feria vuelva a ser de los almerienses, de todos.
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